«La señora Kampf entró en la sala de estudio y cerró la puerta a su espalda con tanta brusquedad que hizo resonar todos los colgantes de la araña de cristal, agitados por la corriente de aire, con un tintineo puro y ligero de cascabel. Pero Antoinette no había dejado de leer, tan encorvada sobre su pupitre que tocaba la página con los cabellos. Su madre la observó un momento sin hablar; luego fue a plantarse delante de ella, con las manos cruzadas sobre el pecho».