Así como no se puede apreciar Nueva York sin haber vivido antes en otras ciudades, al Parque Central lo evaluaremos a partir de nuestras experiencias previas. Recorrerlo, caminar bajo sus puentes, entre sus castillos y plazas, al borde de sus lagunas, significa reconocer una diferencia básica entre civilización y barbarie: los edificios que asoman sobre la copa de sus árboles nos recuerdan (si es que acaso se nos hubiera olvidado) que Central Park ha sido inventado para beneficio de quienes vivimos aquí.

Si lo hemos conocido, si participamos del teatro gratuito en el parque, de un concierto, de un banquete multitudinario bajo el sol del mediodía del verano; si paseamos enamorados y nos sentamos a escribir poemas entre dos museos o a la puerta de su zoológico, no dudemos: cuando nos enfrentemos a la muerte, recordaremos el día en que nos llevaron a conocer Central Park. Así sucederá, entendemos, porque en esa hora vienen a nosotros los recuerdos que se estampan con mayor vigor en la memoria. Entre ellos, también estará el instante lejano de la adolescencia en que los bárbaros abrimos un libro que nos hablaba de una familia y de su historia, cruzada por un siglo de incestuosa soledad.

Quizá sea preciso aclarar que no pretendemos refundar esta ciudad. No vamos a señalarles a ustedes las calles que no se conocen en castellano ni a nombrarlas. Tampoco los obligaremos a caminar asombrados entre las construcciones gigantes ni a presenciar demostraciones gitanas de alquimia y de magia. La magia vendrá, con naturalidad, cuando quienes se sirven del idioma de Miguel de Cervantes para cantarle a este mundo lo utilicen para describir aquello que otros ya describieron antes, en otras lenguas.

Tal vez, eso sí, resultará inevitable que en ese proceso se comience a crear una ciudad paralela que reforzará las estructuras y cimientos de aquella que ya existe. Será entonces Nueva York una ciudad más sólida, más completa, mejor entendida, que resistirá, quizá, con mejor suerte, los vientos (o las olas) que llegarán al final de los tiempos para derrumbarla.

Esa, creemos, es la misión de los bárbaros.

Ulises Gonzales

Índice

VOY BUSCANDO RAÍCES Y ENCUENTRO FRUTOS / Mercedes Cebrián
CRÓNICA DE NUEVA YORK CON LUCIÉRNAGAS (cementerio de Ridgewood, Queens, y vecindario) / Alberto Valdivia Baselli
AQUÍ PASA / Úrsula Fuentesberain
ÁRBOLES VIEJOS / Luis Henao
DOS POEMAS / Laura Sández
LA FLOR AZUL / Camilo Torres
PARTE DE INSOMNE / Fernanda Trías
UN HOMBRE / Lena Retamoso
LA CIUDAD ENTRE PARÉNTESIS / Elisa Díaz Castelo
EL SOMBRERO / Abraham García
PRIMERA HOJA / Soledad Marambio
CONDICIÓN MIGRANTE / Mariana Graciano
DE TABERNAS Y BARES / Héctor Velarde
TENIS / Lorea Canales
NY DOESN’T LOVE YOU / Jennifer Thorndike
EL CHARCO QUE PROMETÍA UN REFLEJO Y DEVOLVÍA UNA MUECA DULCE / Isabel Domínguez Seoane
HUMO Y FUEGO / Francisco Ángeles
NEW YORK [AFTER LORCA] / Roger Santiváñez
ANUNCIOS DE PISOS / Benny Chueca
AGRADECIMIENTOS